jueves, 25 de septiembre de 2008

Hoy,...hoy voy a cambiar el mundo!!!

A eso de las 11 de la mañana sonó el despertador - en realidad, una insoportable alarma de mi teléfono celular sin muchas opciones para elegir - así que mi primer abrir de ojos, fue motivado por un insoportable y absolutamente estresante chirrido acompasado, que se supone me tiene que ayudar a empezar mi día, de buen humor y predispuesto al triunfo (Glory, ese es el estúpido nombre del sonido). Dejé pasar uno minutos antes de salir de la cama. En realidad, 60 minutos. Cuando finalmente me desenrosqué de las sábanas, decidí darme un baño para activar un poco mis ideas, para lo cual previamente tuve que abrir la llave de paso del agua caliente, porque resulta que un caño roto en la cocina no me permite tenerla abierta por más de media hora seguida. En un esfuerzo que no cabe en la palabra “optimismo”, elegí ver el vaso medio lleno y lejos de putear por la rotura del caño de agua caliente, agradecí que no se hubieran roto también el de agua fría.
Abrí la canilla de la ducha y me quedé parado unos instantes, intentando recordar las enseñanzas de Jorge Bucay, Spencer Jonson o Paulo Cohelo, y preguntándome si había hecho bien en no leerlas jamás. No lo dudé ni por un instante. Inflé mi pecho lo más que pude, sonreí hasta que casi se me raja la cara al medio, (porque supongo que eso es lo que recomiendan) y me dije a mi mismo en voz alta: - Hoy, será un gran día. Hoy el mundo va a estar de mi lado!!! –. “Más le vale que así sea de una puta vez”, pensaba mientras tanto.
Comencé a enjabonarme y cerré los ojos. Nada sucedió. Volví a intentarlo pero…nuevamente nada. Y entonces comprendí. Me iluminé. Me di cuenta de los grandísimos niveles de estupidez que puede uno alcanzar cuando está sumergido en la desgracia. Me reí a carcajadas de mi mismo. ¿Cómo no lo había visto antes? Con una sonrisa en la boca y negando con la cabeza, arrojé mi jabón al inodoro y comencé a secarme rápidamente para poder salir de casa. Acababa de darme cuenta. La felicidad no viene en un tonto pan de jabón. ¿Cómo iba a esperar que una vez enjabonado, mi baño se llenara de pájaros silvestres, de cascadas de aguas claras y de flores de exóticos colores? ¿Acaso no había aprendido nada en todos estos años? ¿Acaso en vano habían mis padres pagado tantas pero tantas facturas de televisión por cable?
- La felicidad no viene en un pan de jabón – me dije a mi mismo – viene con el gel de ducha Axe!!!- y con esa idea finalmente clara en mi cabeza, partí rumbo al supermercado. En el camino, entré en la primera tienda de ropa que encontré, y me dirigí hacía una de las zonas más llena de clientes. No cabía dentro de mí. Estaba excitadísimo. Finalmente estaba a punto de cambiar mi vida. Acababa de descubrir la forma de abrirle las puertas a la felicidad. Y era tan simple!!! Siempre había estado ahí!!! Tomé la primer prenda que vi, y esperé impaciente. Golpeteaba en el piso con un pie, mientras me mordía el labio inferior entusiasmado por saber tan cercanos, los inicios de mi éxito en la vida. Segundos después, vi a una vendedora joven que venía hacia mí lentamente. Zigzagueaba entre el resto de los clientes pero no dejaba de mirarme amenazadora. Dejé que se acercara hasta estar a unos centímetros de mi y dije, casi gritando de emoción y en un tono in-intencionalmente agudo (me hubiera gustado contenerme, disimular un poco más) – No. No estoy mirando…La voy a llevar!!! - Al mismo tiempo, y con la prenda en alto, miraba al resto de los presentes en el lugar, que a su vez me miraban estupefactos, guiñando indiscriminadamente mi ojo derecho y señalando con leves cabezazos la prenda que acababa de adquirir. Dentro de mi, los sonidos del éxito comenzaban a sonar (creo que era Europe. Si, Europe, The final Countdown…tararaaara tararatataaa…). Minutos después, salía de la tienda de ropa para continuar mi viaje al supermercado. Una vez dentro, llené mi chango de felicidad. Comencé con el gel de ducha ( Axe, claro. ¿Cuál otro sino ese me iba a dar el éxito que busco?). Después, y aunque mi teléfono funciona perfectamente, me compré uno nuevo. Tiene diez mil botones que no sé para que son, pero lo que si sé, es que mi vida ahora se va a llenar de nuevos amigos y amigas (todos esculturalmente lindos), y me éxito laboral va a aumentar exponencialmente, y todo gracias a este exorbitantemente caro aparatito!!! (no como los últimos 4 que compré, que no fueron más que carísimos y estúpidos teléfonos que hoy duermen en algún cajón de mi casa) Un rato después terminaba de decidirme por uno de los dos pegamentos para dentaduras postizas que había estado mirando. La decisión fue fácil, porque aunque me resulta totalmente inútil, uno de ellos, ahí nomás, en su misma envoltura y sin que mediara palabra, me garantizaba que cuando tenga 70 años, mi mujer iba a ser hermosa y además iba a tener un perro re copado!!! Ni lo dudé.
Y así, sin más secretos que una mirada atenta a la publicidad televisiva, pude llenar mi chango y mi vida de felicidad, y hoy, hoy voy a cambiar el mundo!!! Porque para todo lo demás… existe Mastercard!!!