martes, 9 de diciembre de 2008

Ves el horizonte?... bueno… ahí a la vueltita nomás.

Viajar, abre la cabeza. De eso no tengo dudas ni las tenía antes tampoco. Mi luna de miel me permitió recientemente recordar este hecho, que por razones varias, tenía algo olvidado.
Al margen de lo bien que pasamos el viaje que nos “estrenó” como “matrimonio joven”, (y dejando de lado mi debut como “El Marido”, cuando ya sobre el avión intentaba tranquilizar a Lu con una sonrisa que ocultaba lo absolutamente aterrado que me encontraba mientras el tubo de lata en que viajábamos subía, y subía y seguía subiendo más allá de las nubes), el viaje en el que el sexo repetido y diario parece una obviedad pre-cumplida aunque finalmente acaba en promesa adeudada para las próximas vacaciones, dejó tanto en Lu como en mí, una nueva y más rica comprensión acerca de lo mucho que el hecho de viajar abre las cabezas y del mundo en general.
En cuanto a la lista de personas que conocimos en el viaje, la nuestra comienza en Purmamarca. En ese pueblo, crucé mis primeras palabras con Tom. Una mujer (aunque su nombre no lo indique) de aproximadamente 25 años, que comenzó hablando en Inglés, y a quien con el correr de las palabras, se le fue cayendo de la boca un español bastante comprensible. Tom venía desde Israel con la idea (que muy pronto pudimos comprobar por nosotros mismos) de recorrer la mayor cantidad posible de lugares, en la menor cantidad de tiempo. Razón por la cual poco más que eso fue lo que pudimos saber acerca de ella. Apenas segundos después de que el bus se detuviera en Purmamarca, la escuchamos decir, y ya unos cuantos pasos por delante nuestro “Shicos, venen agora al cierro de los siete color?”. Lu y yo, turistas tan evidentes como el resto en aquel lugar, girábamos lentamente sobre nuestros talones, y cámara en mano por supuesto, dimos a Tom, un gesto probablemente incomprensible por toda respuesta.

Dos días, mil fotos, y un corte total de luz después, estábamos en la ciudad de Tilcara. 22km al norte de Purmamarca y 2500 metros arriba del mar. Nuestro primer contacto en esa ciudad fue con Miriam y Gloria. Dos fenómenos Puntanos, que rondando los 50 años de edad, habían emprendido aquel viaje, para intentar sacudirse en cualquier curva de algún camino de cornisa, los restos de un marido que había solicitado su ingreso a la categoría de “Ex”, de un trabajo perdido y de algún amor no correspondido. Después de intercambiar nuestras tarjetas de presentación verbales, compartir un día de pura caminata y mil anécdotas y unos fideos caseros nocturnos, nos despedimos entre abrazos y besos hasta la próxima casualidad.
Vero. Vero fue un capítulo aparte de nuestro viaje. Dos días enteros compartimos con ella. El primero de ellos comenzó en el viaje hacia Iruya, Un pueblo ubicado a tres horas de Tilcara, dos de ellas por un camino de cornisa y ripio que nos regaló unos cuantos paisajes de los más hermosos y solitarios que vimos a lo largo de nuestro viaje. Allí, a bordo del mismo bus (que merecidamente apodado “El destartalado” se disponía a recorrer con nosotros adentro, las tres horas de ripio y cornisa que seguían) se encontraba también Vero. Llevaba una sonrisa en la boca, la cámara de fotos en una mano y una bolsita lista con las hojas de coca en la otra.
A partir de entonces, la línea de “vero me cae bien”, describió una curva tan violenta como las del camino que recorríamos juntos. Con el correr de los minutos, me iba quedando claro que nuestra nueva compañera de viaje, podía ser descripta como uno de esos personajes llamados “Yo más”. Resumiendo, si vos caminaste, Vero no corrió… Vero voló. Si vos escalaste, Vero subió la más alta de las montañas haciendo la vertical con una mano. Si a vos te falta un poco el aire, Vero hace seis días que ni siquiera respira. Resumiendo nuevamente, si a Lu le parece que Vero es un poco exagerada, a mi me parece que yo no la soporto más y la quiero liquidar a cada instante!!!
Una vez en Iruya, a unos 2800 metros sobre el mar y muy por debajo de las cantidades de oxígeno que mi cerebro necesita para pensar con claridad, intenté conversar con Alicia, y debo confesar que me sorprendí. Pues incluso en ese estado de sub-oxigenación mental, pude darme cuenta de que aquella señora, oriunda de un pueblo al que ya no vuelve debido a lo difícil que es escalar el camino de entrada, y con sus 75 años de edad, era una perla perdida del mundo de los negocios. Alicia, así como la estaba viendo, dejó claro que haría sentir un completo estúpido al más brillante de los jefes de presupuesto y de marketing. Alicia me demostró que era capaz de bajar los costos de fabricación de por ejemplo, la Guia-T y la Filcar, en un abrir y cerrar de ojos. Para aquella dulce mujer, la farmacia por ejemplo, se encontraba “ahisito nomás” en dirección Oeste según lo indicaba su dedo. “¿Y la iglesia Alicia?” pregunté unos minutos después. “Ahisito nomás” y también hacia el oeste quedaba la iglesia. Solo para estar seguro de lo que creía que acababa de descubrir hice una última pregunta a Alicia en medio de nuestra conversación, y comprobé que de verdad había descubierto la perla que yo decía. “¿Alicia, Chile donde queda?”. Y fue como yo creía. Alicia era la genia superdotada de la Guia-T que todo lo sabe. “Ahisito nomás queda” y por supuesto y acertadamente, también para el oeste indicaba su dedo.De este modo, la lista de personas que fuimos conociendo a lo largo de este viaje se iba llenando de nombres y caras nuevas. Con algunos solo compartimos algún que otro viaje en la parte trasera de alguna camioneta y apenas si pudimos intercambiar nombres. Con otros solo intercambiamos caras de admiración frente a los más increíbles paisajes. Pero creo que todos, absolutamente todos compartimos una misma pregunta aunque muchos, y solo por respeto, no llegamos a pronunciarla en voz alta. Pues viajando en diversos buses por los más desérticos y empinados caminos de ripio a través de las montanas, fuimos testigo repetidas veces, de como algunas personas se ponían repentinamente de pie, como quien a punto está de perder su parada, y pedían al chofer que se detuviera “allí nomás”, para bajarse del bus en lo que podría describirse técnicamente como las zonas que se encuentran un poquito más allá de “la nada misma”. Pues ahí mismo se bajaban y caminaban por la ladera de las montañas con rumbo seguro hacía el lugar que despertaba en todos nosotros la pregunta en cuestión ”¿A dónde mierda van????”, al tiempo que a punto estábamos de fracturar nuestras cervicales en un intento inútil por ver el destino que perseguían…