miércoles, 8 de octubre de 2008

Una más… y no jodemos más!!!

Viniendo de la serie de desafortunados acontecimientos que se sucedieron en la relación “FAUNA – YO”, esta vez fui mucho más precavido, algo tenía que cambiar, para que entonces sí, yo pudiera modificar el rumbo de mi vida.
Una vez que "el gaucho" no estuvo más en casa, dejé pasar veintidós largas y solitarias horas, y entonces sí. Ya era hora de un cambio de verdad. Ya estaba completamente listo. Analicé racionalmente la situación que había vivido el día anterior. Lo pensé desde todos los ángulos posibles. Lo consulté hasta con la Señora Miyagi. Mi conclusión fue rotunda: Yo tengo mala leche, no lo voy a negar, pero “el gaucho” era, sin lugar a dudas, un mal nacido hijo de perra.
Con la tranquilidad de no ser el único culpable de la fallida relación entre el can y yo, (y esto ya fue, a mi juicio, un avance astronómico, ya que siempre me sentí culpable de toda relación infructuosa en la que participara, e incluso a veces de aquellas relaciones en las que yo no había tenido nada que ver), me puse nuevamente de pié, para esta vez sí, encontrar un camino positivo para salir de mi situación. Por supuesto, la única forma que conozco, es buscando una nueva mascota. “Una más, y no jodo más” pensé mientras google, hacía la parte aburrida del trabajo por mí.
Un gato. Estaba decidido. Quería un gato, porque ya habiendo comprobando empíricamente la falacia de la frase “perro que ladra no muerde”, tenía aún esperanzas (y sobre todo teniendo en cuenta mi reciente historial de mala suerte) de encontrar algo de verdad, en la creencia popular que supone que los gatos tienen siete vidas. Así fue que luego de intensas negociaciones con google, lograba que éste, eliminara de mi búsqueda al elenco completo de “bailando por un sueño”, para dar, entonces sí, con la clase de gato que estaba buscando.
Revisé varias opciones, pero finalmente me decidí por una, que intuí, sería la correcta. Me fui hasta el lugar y con una única mirada fue suficiente, en menos de un segundo de estar allí, decidí que nunca en mi vida iba a tener catorce gatos juntos. El olor era insoportable, catorce animalitos eran demasiada mascota para mi gusto y para mi nariz, así que la entrevista duro poco. Elegí una gatita de 45 días con colores mezclados entre el negro y el rojo, y me despedí agradecido (por la hermosa gata y por el aire puro del exterior).
Una vez en casa, y luego de esconderse en cuanto rincón encontró para alejarse de mi, sucedió lo inesperado. Mientras buscaba el mate dentro de la alacena, y con la ayuda de mi profunda enemiga, “La gravedad”, todos los jarritos de loza que tengo, fueron a parar al piso. El ruido me asustó incluso a mi, que veía como toda mi colección de vajilla de “todo por dos pesos”, explotaba inevitablemente en el suelo de la cocina. ¿Ella? Inmutable. No se asustó en lo más mínimo. Siguió sentada en el mismo lugar, sin prestarme, ni a mi, ni a mi crisis de vajilla, ni la más mínima atención. Cuando terminé de sepultar los restos de mis platos, vasitos, platitos, tacitas, e inutiles compoteritas chinas (de verdad que era toda made in china), me dediqué a llamar a Ramona (así fue finalmente bautizada la gata) con todo tipo de soniditos y muecas, que de seguro me habrán hecho ver absolutamente idiota. Nada. Ni cinco de bola. Comencé a aplaudir, a gritar, a silbar, y hasta empecé a golpear una cacerola en algo que comenzaba a parecer especie de protesta ridícula y con bajísimo poder de convocatoria dentro de mi cocina. Nada. No me daba bola, ni siquiera me miraba. Pero unos segundos después, sucedió. Salió de debajo del sillón, y casi estrenando su nuevo nombre propio, me miró a los ojos y sentó el culito en el piso. La miré, y con una voz que me daría vergüenza reproducir le dije:
-Hola Ramona hermosa, bienvenida!!!!
Ramona continuó mirándome unos segundos. Luego abrió la boca, y sin dejar de mirarme emitó un gran - ……..-. Nada. Silencio absoluto. Una y otra vez, la gata abría la boca y no le salía ningún ruidito. Ni miau ni nada de nada!!!!
No lo podía creer. En medio de una taquicardia 100% justificada y maldiciendo el momento en el que decidí dejar de fumar, comencé a atar cabos. No se asustó con la catarata de porquerías made in china que cayó de mi alacena. No respondió a ninguno de mis muchos llamados (por ridículos y humillantes que fueran para mí). Abrió la boca y no emitió el más mínimo sonido… Era obvio!!! Tristemente obvio!!! No solo había tenido una de las poquísimas gatas fóbicas que debe haber en el mundo, sino que ahora, mi estúpida mala suerte, se las había ingeniado para reírse de mi nuevamente. Lo imposible sucedía otra vez. Ahora, Increíblemente (si si, escuchalo bien), creo que ahora, tengo una gata SORDOMUDA!!!!
Se dice (y no “se dice por ahí”, como así nomás, sino que se dice en documentales de “Discovery Chanel” entre otras fuentes que podría citar) que una persona tiene muy pocas probabilidades de, por ejemplo, ganarse la lotería y ser golpeado por un rayo, ambas en el transcurso de una vida. Las dos cosas son tan poco probables, que dar con una de ellas, ya es una rareza de por sí. De ese modo, uno podría y hasta debería suponer que habiendo adoptado a Lupe “la fóbica”, y ahora a Ramona, “la sordomuda” yo ya estoy hecho con las rarezas y/o con las cosas “poco probables” en esta vida. Pero si hay algo que justamente mi vida me dejó claro, en mis hasta ahora 32 años de vida, es lo siguiente:
Por un lado, que las probabilidades son puro verso. Chamullo, dicho en criollo. Y por el otro, que debería dejar de jugar a la lotería, después de todo tengo tan pero tan pocas probabilidades de ganarla que es casi inútil seguir gastando en eso, y por otro lado, y teniendo en cuenta el camino recorrido por mi suerte, creo que debería considerar seriamente la posibilidad quedarme en casa los días de tormenta eléctrica.