martes, 4 de noviembre de 2008

¿Yo malhumorado?... ¿Pero quién fue el hijo de p…

El desempleo trae aparejadas serias y numerosas consecuencias (Ja!! Sí, ya sé. Chocolate por la noticia). Pero yo no me refiero a las bajas en el consumo de artículos de lujo, ni al descenso de las ventas en las cadenas de hipermercados, ni a las estadísticas en las primeras planas de los diarios. Hablo de consecuencias en un nivel más micro, más de entre-casa. Algo así como consecuencias pero en chancletas y musculosa. Yo mismo, puedo con absoluta certeza, distinguir por lo menos tres de esos conjuntos de micro consecuencias.
La primera de estas consecuencias, y sin lugar a dudas la más notoria para cualquiera que observe con atención a un homodesempleens como yo, es seguramente la relacionada con los cambios repentinos de humor. Pues las primeras dos semanas de atravesar la “carencia de trabajo y de medios materiales de subsistencia” (o sea, las primeras semanas después de que te rajan de un laburo) se caracterizan por una sensación de “Bueno.. la verdad que mejor… porque ya no aguantaba más.. y si no me rajaban.. no me iba a ir nunca”, y el humor se mantiene en alza, mientras uno imagina que “de acá, no hay más opción que ir para arriba…”. Pero con el pasar de los días y las semanas, la cosa cambia drásticamente cuando seguís “acá”, ni más arriba ni más abajo, y la tele solo habla de “crisis crisis criris”. Es entonces, cuando los cambios en nuestro humor, se tornan insoportables para nosotros, y sobre todo para nuestro entorno. Supongo que es por eso, que desde hace un par de semanas, Lu evita hábilmente, cualquier tipo de comentario que pueda llevarnos a un enfrentamiento inútil y seguramente excesivamente prolongado. Por ejemplo ya logramos establecer, de común acuerdo, que yo no quemo la comida cuando soy el encargado de cocinar. No señor. A lo sumo, puede ser que las tostadas estén algo más doradas que lo aconsejado por la organización mundial de la salud, las milanesas un tanto crocantes y sobrecocinadas, y el agua para el mate, un tanto por encima de la temperatura recomendada y algo burbujeante, pero nunca quemadas, pasadas o hervidas, pues frases como “¿Que es ese olor mi amor?…se te quemaron un poquito las milanesas ¿no?” pueden devenir en interminables e inútiles discusiones que terminan incluyendo a metrogas, a tu vieja, y al pelotudo del dueño del departamento que sabía que el horno calentaba desparejo y jamás nos avisó. Por eso, mejor raspar las tostadas, un chorrito de soda en el termo y todos contentos.
Por otro lado, creo que mi gata también sufre las consecuencias de mi desempleo (y de los cambios de humor que tal situación trae aparejados). No precisamente porque le falte comida ni visitas al veterinario (pues de eso, se encarga Lu, la asalariada). Más bien tiene que ver con las relaciones de convivencia. Pues desde hace unas horas, hemos roto relaciones diplomáticas debido a su falta de respuesta frente a mis insistentes y reiterados llamados. Aunque talvez debería reconocer que Ramona puede tener problemas para reconocer que nombres como Putuna, Bola de pelos, Piojosa, Gordita chota, Chanchi, Purapanza, Monita, Monona, Hijilamilputa y Mi hermosura total, también hacen referencia a ella, pero por ahora elijo quedarme con mi idea de que la gata no me responde, solo porque se está haciendo la interesante.
Otro gran grupo de consecuencias del desempleo, es el que tiene que ver con los ya conocidos, ajustes de cinturón presupuestarios. Pues, frente a la falta de dinero, me he visto en la situación de hacer algunos “recortes” en mis gastos personales. De más está decir que hice todo lo posible por conservar las cuestiones fundamentales como el Cable, el servicio de Banda Ancha, y los bolugastos superfluos. Todos los recortes (sorprendentemente López Murphianos) que puse en práctica, apuntaron a gastos absolutamente prescindibles, como por ejemplo, la prepaga médica. Pues creo que todo ser humano centrado en sus necesidades básicas coincide conmigo en que, dolorido sí, pero sin Internet, jamás!!!. Es simple. Por ejemplo, no más nutricionista. De hecho ¿Para que quiero ir al nutricionista? Sobre todo cuando alternativas mucho más económicas están al alcance de mis manos y de todos los homodesempleens, solo hace falta una buena disposición y las ganas de ver en cada crisis, una oportunidad. Por ejemplo yo, la última semana, me he dedicado a seguir por el supermercado a cuanto sujeto de aspecto sano y saludable pude encontrar, y sin que ellos lo notaran, fui poniendo en mi chango, lo mismo que ellos ponían en el suyo. Pues siguiendo esta sencilla regla, si ellos se ven fuertes y saludables, será tan simple como limitarse a comer y beber, lo que ellos comen y beben, y listo el pollo.
Por último, el otro grupo de consecuencias que conseguí distinguir, es el denominado consecuencias del brazo torcido”. Pues en épocas de vacas gordas, uno se la pasa diciendo que en determinadas cuestiones, “no va a dar el brazo a torcer”. Pues eso cambia. Después de la semana 12 de puro desempleo, aquellas ideas impensadas hasta entonces, empiezan a torcernos el brazo y a ganar nuestras conciencias. De modo tal que uno termina aceptando la propuesta desquiciada de algún tío descerebrado, y pide como regalo de bodas, que cada invitado saque un sobre de una caja dispuesta con tal fin, y entonces “lo que te toca te toca”. Por ejemplo, al tío Carlos le tocó la factura de luz, a la tía Cristina, las expensas, al primo Nacho la factura de cable,etc etc. Y así, con la alegría de un sorteo sorpresa, y entre “chin-chines, saludes, y ¿vo yabé como te quiero shoo?” la boda finaliza con todos los gastos del mes cubiertos por la familia y los amigos.
Salud!!!