jueves, 2 de octubre de 2008

Mi perra suerte...

A esta altura, de más está decir, que no me considero un tipo muy “suertudo” que digamos. Me parece que simplemente hay, por un lado, gente a la cual todo le sale bien sin importar ni como ni cuando hagan las cosas, gente que tiene suerte, o dicho en criollo, gente que tiene un culo bárbaro. Por otro lado, hay gente que no. Gente que no tiene suerte, gente a la que las cosas no le salen, gente sin nada nada de culo. Yo, definitivamente, me ubico dentro de este numeroso segundo grupo para el cual la vida, termina en el huesito dulce… y después de eso… la nada.
En el último tiempo, mi vida pasó a ser como la ilustración de esa frase que dice: “llueve sopa y yo tengo un tenedor”, pero a un nivel más profundo, a un nivel donde además de desafortunado (y aunque creo firmemente que mis elecciones fueron, sino correctas al menos justificadas) me siento un poco como el culpable de mi mala suerte. Sería algo así como “llueve sopa y yo tengo una cuchara, y hasta tengo una servilleta y queso rallado Light!!!!.... lo que no tengo justo justo ahora, es hambre!!!”. Si bien puede ser que a veces (como estoy tratando de entender en mis sesiones con la señora Miyagi) no sea mi culpa, es una sensación que no puedo evitar, es así de simple, porque además de heredar el gen de la panza con tendencia al hiperdesarrollo, una muy alta probabilidad de contraer tremendas alergias primaverales y la habilidad de enojarme profundamente (y hasta de gritarle) a elementos materiales inanimados como por ejemplo una birome que no escribe, tengo la mala suerte de haber heredado el gen de la culpa por todo. (tranquilos papis, todavía no descubro quien de los dos fue!!!).
La cuestión, es que estoy próximo a casarme. Se preguntarán qué tiene que ver mi casamiento con mi gen de la culpa por todo. Bien, tiene que ver porque me di cuenta de que es probable que en un par de años (o dos pares de años) haya por el mundo pequeñas versiones de mi mismo (también llamadas HIJOS) y mi preocupación es, ya no si heredé y de quien heredé ese gen, sino descubrir si además de portador infectado, soy un transmisor del mismo.
Con esa idea fue que hace un tiempo no muy largo, se me ocurrió que talvez una buena forma de ahuyentar la mala suerte de mi vida (y con ello también esa sensación de que toda cosa mala que pasa a mi alrededor es MI culpa) era consiguiéndome una mascota, que con su incondicional afecto y sus incontenible catarata de amor limpiara el ambiente (o el dos ambientes) en el que vivo. Simple. Chau mala suerte, chau culpa. ¿Qué terapia ni terapia? Mas-Co-Ta. De esa forma, fue que me di a la búsqueda de un pequeño gatito en cuanto refugio felino conseguí ubicar. Después de entrevistarme con varios gatos que no fueron de mi total agrado, di con LUPE (así la bautizamos), una gata de tres meses, blanca y negra, super super cariñosa, y además, hermosa. No lo dudé, me la llevé a casa saltando de alegría (no literalmente claro, son como cuarenta cuadras, además, con mi racha de mala suerte, seguramente un salto de alegría terminaba en esguince).
Una vez en el sillón de casa, me senté listo para recibir su catarata de amor. Increíblemente, fue lo que recibí, pero con el transcurso de los días, la catarata se fue transformando en una cascadita, una leve lluvia, y finalmente una llovizna molesta. La gata comenzó a pasar más tiempo encerrada en una caja (por su propia decisión que quede claro) que jugando conmigo. Era esperable. Mi suerte se había hecho presente otra vez. Resultó que la gata, la mimosa gata, la hermosa gata, era fóbica. FO-BI-CA. Debe haber 1 gata fóbica, cada 600.000 gatas “normales”. Yo elegí a LUPE. La fóbica. En resumen, la tuve que devolver al refugio, porque la combinación entre amo desempleado y gata fóbica necesitada de carísimos medicamentos, no me pareció la mejor de las combinaciones (lo cual, de más está decir, me hizo sentir terriblemente culpable).
La cuestión es que, no contento con esta última experiencia, decidí seguir buscando la solución, entre la fauna domesticada.
¿Gatos? Nunca más!!!!
Ahora voy por los perros. Esos dulces y tiernos animales capaces de transformarse en el mejor amigo del hombre. Fieles. Compañeros. Guardianes. En fin, un perro me pareció la solución.
Repetí la búsqueda, esta vez cambiando la palabra “gato” por la palabra “perro” en el google, y comencé a recorrer refugios nuevamente. Finalmente di con “Gaucho”, un mestizo hermoso, aunque un poco grande para mi depto. No lo dudé. Gaucho se vino conmigo.
En el viaje imaginaba como sería volver a casa de ahora en más. Lo ví claramente. Me imaginaba a mi mismo doblando la última esquina antes de llegar. En la puerta del edificio estaría él. El Gaucho (aunque pensaba cambiarle el nombre) esperándome ansioso. Al verme, vendría corriendo hacía mi (en cámara lenta, que es mucho más emotiva) moviendo velozmente la cola, y con la lengua afuera rebotando contra su cara, mientras de fondo y a todo volumen, sonaría “Friends will be friends” de Queen. Se tiraría arriba mío y me llenaría de besos y ladridos de alegría, de esos que dan los perros cuando quieren decir “que bueno que volviste amigo!!!!”. Yo lo abrazaría, y juntos nos iríamos a casa a disfrutar de nuestra reciente pero profunda amistad mientras la canción de Queen iría bajando de volumen.
Mmm…no. Simplemente no fue así. Llegué a casa, y el muy hijo de una gran perra (naturalmente) me mordió. Si. Me mordió!!!. Y me mordió sin Queen de fondo. El muy hijo de perra me mordió a secas, así nomás, en pleno silencio!!!.
De más está decir, que después de la mordida, vino la tarjeta roja y la automática expulsión del can (imaginen ustedes que si me puedo enojar y hasta gritarle a una birome sin tinta, lo menos que le correspondía al Gaucho era el destierro).
Fue algo doloroso, pero al menos, los dientes de “mi perrito” (porque ni a cambiarle el nombre me dio tiempo el hijo de perra) clavados en mi pierna, hicieron que la adrenalina expulsara de mi torrente sanguíneo a la culpina (endorfina de la culpa) haciendo más llevadero el momento de su expulsión.
Después de todo esto, estuve leyendo en una página de Internet, que uno de los animales más buenos del reino animal, es la ballena, así que estaba fantaseando con pedir presupuesto para una pecera de unos… mmm… ¿35 mts? Aunque no sé… porque si se llegan a extinguir, ni la señora miyagi me va a sacar la culpa!!!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

me gustaria conocer a la señora miyagi, me parece que comienzo a necesitarla

Anónimo dijo...

Buenisimo!!!!!!!
Va un enigma "el portador del gen no será E.D.V.D.J"

Anónimo dijo...

en cuanto puedas conseguir un mango para partirlo al medio, seguí viendo a la sra.miyagi, creo que te está llevando hacia tu nuevo camino, lo que decidiste hacer en este blog te ayudará a dar un vuelco positivo en tu actitud, vas a ver que pronto verás el cambio. Las malas rachas existen, pero está en nosotros dejarlas pasar para que lleguen las buenas que están detrás de ellas, animo